Levitar

 

En nuestro pueblo la gente anda por la derecha o anda por la izquierda, según. La derecha se la dejamos a los forasteros, porque nos gusta saber quienes vienen de fuera. Por precaución, más que nada. Llámanos desconfiados, si quieres, pero es que nunca se sabe con qué intenciones llegan, qué es lo que realmente han venido a hacer. Por eso les hacemos andar por la derecha, para tenerlos localizados, pura precaución. Y no nos va mal. Luego, por la izquierda, andan los que regresan al pueblo de vacaciones o a pasar una temporada. Suele ser gente muy melancólica y con recuerdos distorsionados. Dicen cosas como “El río me parecía más grande” o “En ese banco besé por primera vez a una chica”. Cosas así. Con esa gente hay que tener cuidado, porque si se toman un par de vinos, son capaces de acorralarte en la esquina del bar y te dan la tarde con sus recuerdos. Son recuerdos distorsionados, eso ya lo he dicho. Por eso les hacemos andar por la izquierda, para tenerlos localizados. Tener localizada a la gente es muy importante, porque así sabes de qué pié cojea cada uno y sabes a qué atenerte. Total, que los forasteros van por la derecha y los que regresan al pueblo van por la izquierda. Así de sencillo. Y que nadie intente cambiarse de lado o que se atenga a las consecuencias. Y luego estamos nosotros, los del pueblo de toda la vida. Nosotros no vamos ni por la derecha ni por la izquierda. Nosotros, sencillamente, nos limitamos a levitar.

                                                    La ilusión

Hace ya tiempo que Melchor sabe fehacientemente que los Reyes Magos son los padres. Como cada año, mientras cabalgan sobre sus camellos camino de Belén, a ratos vuelve la vista y observa con ternura la mirada ilusionada de Gaspar y Baltasar ¿Quién es él para quitarles la ilusión?

  

 

 

 

Arrevoire¡¡¡

 

Círculos...

 

 

Casualidades...

Logística...

Amistades peligrosas...

 

Un mal día lo tiene cualquiera...

Paciencia...

De andar por casa...

 

 

Y si paseando por la playa te los encuentras...

Lunes por la mañana...

Imagina...

 

La niña que está agachada y sostiene una lupa en la mano, de mayor quiere ser cantante. El niño que está detrás de ella, no. El niño quiere ser futbolista. De la foto no vemos más porque está cortada. Pero si pudiésemos ampliar la imagen por la izquierda, veríamos que detrás del niño hay otro niño, y luego otro, y después otro. Y cada uno quiere ser una cosa distinta. Hay uno de ellos (el vigésimo sexto empezando a contar desde la niña) que, de mayor, lo que quiere es ser taxidermista, lo normal. Si nos fijamos, son siluetas oscuras, como sombras. Y cuando eres una sombra, es muy fácil imaginar. Lo malo es que luego te vas clareando, creces, y te conviertes en un hombre con un traje gris. De todos los niños que aparecen (y que no aparecen) en la fotografía, el único que consiguió su objetivo fue el taxidermista. La niña que quería ser cantante, trabaja de dependienta en una perfumería. Y el niño que quería ser futbolista, es bedel del Ministerio de Fomento. Pero sus sombras se han quedado para siempre pegadas a la pared, imaginando.

 

 

Solitarios...

 

 

Clickeando...

Farsa...

 

Amistades peligrosas...

 

Parecidos razonables...

 

Artes escenicas...

 

La mujer que tiene un arbusto en la cabeza siempre había querido dedicarse al espectáculo. Un día se colocó el arbusto sobre los hombros, se desnudó y salió a la calle. Al principio, los viandantes le tiraban algunas monedas, por aquello de la novedad, pero resultaba un número demasiado limitado como para que perdurase en el tiempo. Por desgracia para ella, cuando se concienció de que así no tenía futuro, ya era demasiado tarde: el árbol había echado raíces y no había forma de desencajarlo de la cabeza. Con el tiempo, se ha acostumbrado a su nueva fisonomía. Ahora, se ha apuntado a clases de inglés e informática, a ver si aprueba unas oposiciones o algo así. Lo de vivir con un arbusto en la cabeza lo lleva bastante bien.. El único inconveniente es que tiene que comprarse jerséis de cuello muy ancho, para que le pasen por la cabeza .y cortarse el pelo con las tijeras de podar. Bueno, y lo de los perros, eso de que cada vez que se queda un rato quieta, se le acerque un perro y le orine los tobillos. Será porque la confunden con un árbol, digo yo.

 


Gentil...

 


El primero en saltar el charco fue él.

—Ahora vas tú—, me dijo.
Pero yo, que soy un caballero, le cedí mi puesto al tipo de detrás. Y el hombre saltó. Luego fui cediendo mi lugar a cuantos estaban tras de mí (Soy un caballero, eso creo que ya lo he dicho)
Cuando saltó el último y ya estaban todos al otro lado, incliné la viñeta hasta inundarla de agua. Fallecieron por “ahogamiento”, según explicó sagazmente el forense. 
Yo me salvé, claro, porque soy de esa clase de gente a la que le gusta ceder el paso.

 

 

En la final de la VIII edicón de Relatos en Cadena, en la Cadena SER, julio de 2015. issuu.com/lgti/docs/articulo_12__-final_anual_del_relat?e=2430101/14074192

 

 

 

 

 

 

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